sábado, 2 de julio de 2011

El Espejo


     Hace unos meses, tal vez cinco o seis, en una de mis escasas visitas a mi madre, aparqué el coche en una de las calles de su barrio, al lado de un contenedor de basura. Era de esos contenedores amarillos y verdes, ya sabéis todos para que son. Al lado de esos contenedores la gente suele dejar objetos variopintos, en su mayor parte muebles, ropa y juguetes. 

     Había allí un espejo enmarcado,  alargado y estrecho, con el marco azul. Sin saber muy bien por qué, lo metí en el coche y me lo llevé a mi casa, no sin antes visitar a mi madre y estar con ella un rato, hablando cada uno de una cosa porque mi madre cada vez oye menos y comprende menos y yo cada día tengo menos paciencia.

     Bien, decidí un hueco para poner el espejo pero pensé que sería mejor pintar el marco de blanco, acorde con las paredes del hall (bonito nombre para un cubículo donde tengo la nevera), por lo que lo desmonté del marco y lo dejé cuidadosamente apoyado en una pared.

     Para hacer las cosas bien, compré un decapante  en el hipermercado. Me sorprende bastante que vendan esa cosa allí, cuando en realidad deberían venderla en las farmacias, con receta. A mi no me gusta el colocón que deja, prefiero el pegamento, pero hay gente para todo. 

     Con un dolor de cabeza tremendo y una espátula, fui quitando con facilidad la pintura azul, dejando la madera al descubierto. 

     Sólo habían pasado dos meses desde que encontré el espejo y ya lo tenía a punto de pintar. Fui rápido porque, al estar en el paro, tengo bastante tiempo libre.

     Empecé a pintarlo y algo no iba bien, no quedaba blanco, aquello era como agua. Entendí que la pintura para las paredes se llama así por algo, en el bote no ponía "pintura para marcos", esa era la explicación. 

     Apenas un mes más tarde compré un bote de pintura adecuado y, al cabo de dos semanas, empecé a pintarlo. La cosa ya iba mejor, la pintura se agarraba con firmeza a la madera, aunque algunas gotas rebeldes escaparon hacia el suelo y, las más osadas, a mis pantalones.

     Ayer terminé de montar el marco, el espejo ya está listo para colgarlo.

     Acabo de llegar de la calle, son las tres y media de la mañana. He dejado el espejo al lado de un contenedor, en este barrio también acostumbramos a hacer esas cosas. No quiero tenerlo, no me gusta ya. No debí cogerlo nunca.



 

1 comentario: