viernes, 15 de julio de 2011

El Caso Sin Nombre (III)



CAPITULO III

     Fuimos a mi casa andando, sólo estábamos a veintiséis manzanas y nos convenía tomar un poco el aire. Además, yo no tenía dinero ni para el metro, lo había gastado todo sobornando al presidente Picatoste. En cuanto al coche, no le quedaba gasolina ni para sacarlo del aparcamiento. (Menos mal que me he acordado del coche, si no lo menciono, la historia perdería coherencia).

- Mira, está amaneciendo -le hice notar a Mary Jane, cogiéndola por el hombro.

- No digas tonterías - dijo, zafándose -  son las ocho de la tarde, está atardeciendo.

   No quise decir nada, a ella siempre le gustaba llevar la contraria.

   Llegamos a mi casa dos horas después porque Mary Jane quiso parar a cenar un par de veces. No le importaba no llevar dinero, pensaba que yo estaba forrado. Tuve que convencer a los dueños de ambos restaurantes de que llevábamos una cámara oculta y que estaban saliendo por televisión. Ambos nos despidieron con amplias sonrisas, mientras nos perseguían por la calle con unos simpáticos y juguetones rottweilers, en el primer caso, y con porras y puños americanos en el segundo.

   Por fin llegamos a mi casa, no sin antes pasar por el chino de la esquina a comprar unas chucherias para picar mientras subíamos al bajo.

    Mary Jane entró al baño con un cuarto de kilo de patatas fritas y dos botes de coca-cola y al poco rato escuché la ducha. Supuse que tardaría bastante y comprobé que yo no podía entrar al baño porque, de alguna forma, se las había ingeniado para instalar una puerta acorazada mientras yo estaba distraído.

   Para pasar el rato, estuve navegando por Internet, en busca de información para un caso importante que tenía entre manos, un mono carterista. Cogimos al dueño pero confesó que el mono era el cerebro, ya que se quedaba con el setenta por ciento de los botines y siempre escogía el mejor filete. Eso nos convenció, además del diploma por un máster en Arqueología Nuclear, en Harvard, a nombre de Copito y firmado por el propio Tarzán.

   Me levante a por una cerveza y, cuando me dirigía de nuevo al ordenador, escuché a Mary Jane a mis espaldas.

 - Larry...

   Me di media vuelta.



  - Qué... Mary Jane... No...








                                             

No hay comentarios:

Publicar un comentario