viernes, 29 de julio de 2011

EL MÁS ALLÁ (IV)

CHAPA IV

  Estaba en alguna parte. Lo importante es que estaba, era yo, no había desaparecido ni me había integrado en un super-Yo gigantesco ni estaba encadenado a un horno echando leña mientras me daban latigazos ni estaba tocando el arpa a la derecha de un venerable anciano barbudo. Y me dolía la cabeza, no estaba muerto, eso estaba claro. Pero ¿dónde estaba?.

  De momento, estaba de pie. Era la primera vez en mi vida que me despertaba de pie, aunque una vez me desperté conduciendo mi Vespa de 160 cc., no sé si eso vale. 

  Mirase donde mirase, veía blanco. Bueno, no parecía malo del todo; peor hubiera sido ver rosa o morado, o no ver nada, aunque... esto era raro de cojones. Yo iba vestido igual que... que ¿cuando estaba vivo? ¿ayer?. 

  Allí no había nadie, no había nada, era el concepto del limbo que yo tenía. Estaba apañado, en el limbo y sin tabaco. Y sin bares a la vista. Y lo peor de todo era yo, seguía siendo el mismo, no había olvidado mi vida ni mis rollos, tenía ganas de fumar y me dolía la cabeza. Tal vez esto era mi infierno. 

  De repente, surgió un tipo de la nada, frente a mi. Iba vestido de negro, con un traje un poco hortera, con pantalones de campana y un sombrero cordobés. Se parecía bastante a Peter Falk, incluso yo diría que tenía un ojo de cristal.

 - Buenas - dijo - se llama usted Anacleto Pacotilla Trujas...

 - No, gracias al cielo.

 - No se lo estoy preguntando, señor. Le estoy diciendo como se llama desde ahora. Le ha tocado ese nombre, es lo que hay.

 - Oiga, perdone... ¿esto es el infierno?

 Se me quedó mirando como si yo estuviera loco.
  
 - ¿El infierno? ¿de qué me habla? ande, acompáñeme, por favor.

 - Pero ¿donde estamos?

- ¿Qué más le da a usted, señor? ¿no se ha quitado la vida? - miró unos papeles que le habían aparecido en las manos - sí, usted es el que se mató con  esa canción amariconada...

 - Oiga, perdone, no sabe usted lo que dice, señor... señor... 

 - Sí, puede llamarme señor, vamos.

   Se puso a caminar y yo le seguí, por aquella llanura blanca. De manera que me había matado de verdad. Pero seguía siendo yo, me repetía... ¿dónde estaré? ¿qué es esto? ¿dejarán fumar? ¿aquí se come alguna vez? ¿habrá chicas?...


  Como si se tratara de un videojuego, surgió de esa nada blanca una enorme puerta metálica, plateada. Rebusqué en mis bolsillos pero no llevaba horquillas. No hizo falta,  mi nuevo amigo señor la abrió tocándola con el dedo. No hizo ningún ruido. Tuve miedo, podrían salir mutarachas o roboescorpiones, no sabía qué podría pasar y yo sin armas. Y sin tabaco. Qué asco de... de vida, o lo que sea esto...



  



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