jueves, 28 de julio de 2011

EL MÁS ALLÁ (I)


CHAPA I

     Bueno, había llegado el momento, el último detalle estaba recién terminado: la carta de despedida. Mejor dicho, un post en el blog. Lo de las cartas queda anticuado y un post es más... profesional.

     En ese post había volcado mi alma de arriba a abajo. Ni el lector más ruin, más desalmado, más infame podría dejar de conmoverse ante las palabras desgarradas que puse sin ningún esfuerzo, ellas iban saliendo solas, sin apenas ayuda. Calqué mi estado de ánimo y mi convencimiento inamovible; hablé de todos y de cada uno de mis allegados, les puse las cosas en orden y dejé bien claro que la situación era irreversible, que nada en este mundo podría cambiar la flecha del tiempo y que es mejor marcharse ahora, que aún estaba a tiempo de correr, en lugar de hacerlo arrastrándome penosamente por unos tubos de goma. Les expliqué que nada me ata ya a esta pesadilla, que las visiones futuristas  son oscuras, que cada segundo que pasa es lacerante e inútil, que lo absurdo sería continuar. 

    En cuanto a la forma de morir, había elegido un método femenino: veneno. Me parecía más civilizado pero, sobre todo, más indoloro. Cualquier forma violenta (tirarse desde un séptimo, pegarse un tiro) tenía por fuerza que ser dolorosa, aunque sólo fuese una milésima de segundo y no estaba dispuesto a eso. 

   Cuando decidí el método, busqué por Internet. Es impresionante la cantidad de información que hay, ya lo sabéis. Tenía seleccionadas varias páginas donde explicaban claramente cómo hacer venenos con productos caseros, pero no podía decidirme sin probarlo antes, no quería fallar estupidamente.    

   El primer veneno que hice tenía textura como de sal y un color amarillento. Garantizaban una muerte rápida con un par de gramos. Yo preparé diez (hay que asegurarse) y me fui al bar, a ver si había suerte.

   Vaya si la hubo. Allí estaba, la vieja del bar (véase el post "la vieja del bar"). Con su amiga, una especie de clon pero más callada y con el pelo más oscuro. 

    Esperé hasta que la vieja se fue al baño, yo sabía que se pasaba todo el rato meando y, además, lo anunciaba con su megafonía personal, tan desagradable.


   La amiga estaba palmando monedas en la tragaperras y aproveché para echar el veneno en la jarra, casi llena de cerveza. Sonó un "plop" y salió una columna de humo anaranjado, suerte que nadie más lo vio. En dos segundos, la cerveza tenía el mismo aspecto que antes de echar el veneno, era algo fabuloso. 


   La vieja volvió y se abalanzó sobre la jarra, mear le daba sed. Bebió un generoso trago y comentó, con su voz de carraca de hojalata: "Mariano, que buena cerveza te ha salido hoy, mira que yo soy sincera, Mariano, te lo digo de corazón..." y se llevó la mano al pecho, como para corroborar el halago, pero en realidad lo que le pasaba era otra cosa. Cayó al suelo como una... empanadilla y se quedó quieta, con los brazos y las piernas formando un pentagrama (sí, un pentagrama, hay que contar la cabeza).


  Vaya, parecía un buen veneno, había sido instantáneo y no había sufrido mucho. Me sentí feliz, había dado en el clavo a la primera.


   Como siempre, la alegría me duró poco. Cuando la amiga y Mariano intentaban reanimarla, dándole pataditas y chillando su nombre florido (se llama Rosa), ella arrancó a cantar con una voz dulce y armoniosa, "Un Flecha En Un Campamento". No me lo podía creer. Estaba viva y además le había hecho un apaño en la voz. Vaya veneno de mierda. La única secuela que le quedó, aparte de lo de la voz, fue una rigidez en casi todas sus articulaciones, lo que le hacía parecer C-3PO al caminar. Tal vez le puse demasiado apio.
    
   Probé con otros muchos venenos, no quiero aburriros con muchos detalles. Baste decir que mi barrio ahora parece una mezcla entre Lourdes y Ciempozuelos, pero la media de muertos es la normal. Había cosechado fracaso tras fracaso, pero no me rendí.


   Por fin di con el veneno ideal. El autor de la página donde lo encontré parecía bastante serio y de confianza. Tenía un blog con mucha información, que le dejaban gestionar desde su celda en Alcalá-Meco. Su curriculum era envidiable, se había cargado en una tarde una boda y dos comuniones. Sólo se salvó una señora que se había colado haciéndose pasar por amiga del cura, porque comió sopa de ajo que es el antídoto del veneno utilizado. No diré los ingredientes, pero sí una pista: tened siempre judías verdes en el congelador, nunca se sabe cuando se va uno a deprimir.


   Fui a casa de mi mejor amigo y, como yo ya sabía, no estaba allí. Salió su mujer a abrirme, vestida con un camisón transparente que me hizo salivar descontroladamente.  

  - Hombre, tú (no sabía mi nombre y en ese momento, yo tampoco) ¿qué te trae por aquí?


  - Salí a dar una vuelta y decidí traeros una botella de vino.


  - Vives a 114 kilómetros de aquí y son las dos de la mañana ¿donde está el vino?


  - Eh... lo olvidé en casa, vaya fallo...


  - Anda, pasa, imbécil  (siempre me llamaba con nombres cariñosos).


(Bueno, se está alargando el capítulo y se ha ido por los cerros de Úbeda, cuando se me ocurra algo para retomar el hilo (si es que hay un hilo), continuaré...)

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