domingo, 17 de julio de 2011

El Caso Sin Nombre (V)


CAPITULO V

Desperté mareado y con  dolor de cabeza. Me miré en el espejo y vi a un tipo feo y despeinado, con un agujero en la frente. Me puse una tirita y ya tenía mejor aspecto. Dos aspirinas y un whisky sólo me pusieron las pilas. No quedaba comida en toda la casa. No me sorprendió ni me importó, no tenía hambre.

Me dirigí a la casa de Rhonda, el escenario del crimen. Cogí un taxi y le dije al taxista que me esperase en la puerta. Si no había dinero en casa de Rhonda, se quedaría sin cobrar y yo tendría que marcharme por la ventana de atrás, otra vez. 

Siempre que Rhonda recibía alguna visita y yo estaba en su casa, me hacía salir por la ventana. Era un juego divertido, sobre todo para ella. Sospecho que en más de una ocasión era ella misma la que tocaba el timbre, para hacerme saltar. "Son solo tres pisos" me decía, entre risas. Yo siempre la complacía porque luego me llevaba flores y chucherías al hospital.

En la puerta de su casa habían puesto la clásica cinta amarilla de la policía, aunque esta cinta en concreto era especial porque llevaba publicidad de una marca de galletas. El brigada Picatoste se sacaba unos euros con aquello, no tenía nada de malo. 

Alguien había roto la cinta y la puerta estaba entreabierta. Entré.

El suelo estaba sucio de sangre, como si alguien la hubiese esparcido por toda la casa y luego hubiese estado bailando claqué, rap y un poco de salsa, según pude calcular al primer vistazo. Los de la científica confirmarían mis teorías o tal vez, como siempre, se reirían de mi, pobres ignorantes hijos de puta. 

Comprobé que no había nada de comida en toda la casa, Mary Jane se me había adelantado. 

Escuché un ruido a mi espalda y me giré. No había nadie. Me estaba empezando a poner paranoico. 

Desperté en el suelo, con el ya clásico dolor de cabeza. A mi lado estaba el bastón favorito de Rhonda, el de la cabeza de mosca, con algunos de mis pelos pegados. Ella coleccionaba bastones, aunque no los necesitaba para andar. Tenía unas piernas perfectas, vaya que sí.    

A mi lado, además del bastón, había alguien. Se trataba de un cadáver. El cadáver de Mary Jane. Ahora sí que estaba en un buen lío.

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