Como no tengo muchas ganas de pensar, voy a poner otra cosa reciclada de aquellos maravillosos años... o sea, el 2008, tampoco hay que exagerar.
Es un resumen de la novela que escribí en seis tomos "Los Amores de Jacinta", de la Editorial Ojolince, que cerró casualmente dos semanas después de editar mi libro.
Margarita Beatriz Olmedo Cascarillas Mendizabal Robles-Peralta y Mondoñedo se enamoró perdidamente una tarde de verano del año 19... en su finca de Mormolillos del Abroñigal.
El sol daba de plano sobre los lirios del campo, esos tremendos árboles rosáceos de la familia de los gasterópodos que pueblan nuestros bosques, con todas sus ramas cuajadas de sabrosos alacranes.
Un hombre fornido segaba las magnolias maduras, con el torso desnudo y musculoso. Margarita Beatriz Olmedo Cascarillas Mendizabal Robles-Peralta y Mondoñedo se ajustó las bragas, arqueando graciosamente las piernas, se tiró un pedo silencioso y audaz, y se acercó al hombre musculoso, que estaba tocando la flauta travesera mientras se liaba un porro de tres papeles.
- Hola, buen hombre, ¿cómo va la siega?- preguntó Margarita Beatriz Olmedo Cascarillas Mendizabal Robles-Peralta y Mondoñedo.
Margarita Beatriz Olmedo Cascarillas Mendizabal Robles-Peralta y Mondoñedo (a partir de ahora la llamaremos Jacinta, para abreviar) ajustó sus gafas de cerca y se bajó de la moto mientras iba cogiendo melones de los árboles para regalárselos a sus conciudadanos.
El hombre se ajustó el sombrero, se subió las solapas de los pantalones y dijo, con un acento entre Carolina del Sur y Fuenlabrada:
- Kia, moza, ¿ande vas con esa amoto, que te vas a escogorciar?
El sol daba de plano sobre los lirios del campo, esos tremendos árboles rosáceos de la familia de los gasterópodos que pueblan nuestros bosques, con todas sus ramas cuajadas de sabrosos alacranes.
Un hombre fornido segaba las magnolias maduras, con el torso desnudo y musculoso. Margarita Beatriz Olmedo Cascarillas Mendizabal Robles-Peralta y Mondoñedo se ajustó las bragas, arqueando graciosamente las piernas, se tiró un pedo silencioso y audaz, y se acercó al hombre musculoso, que estaba tocando la flauta travesera mientras se liaba un porro de tres papeles.
- Hola, buen hombre, ¿cómo va la siega?- preguntó Margarita Beatriz Olmedo Cascarillas Mendizabal Robles-Peralta y Mondoñedo.
Margarita Beatriz Olmedo Cascarillas Mendizabal Robles-Peralta y Mondoñedo (a partir de ahora la llamaremos Jacinta, para abreviar) ajustó sus gafas de cerca y se bajó de la moto mientras iba cogiendo melones de los árboles para regalárselos a sus conciudadanos.
El hombre se ajustó el sombrero, se subió las solapas de los pantalones y dijo, con un acento entre Carolina del Sur y Fuenlabrada:
- Kia, moza, ¿ande vas con esa amoto, que te vas a escogorciar?
Jacinta se enamoró perdidamente en ese mismo momento de aquel hombre singular que la miraba de forma extraña y penetrante. En realidad, lo penetrante no era la mirada, era su polla que, por arte de magia y porque ella no tenía bragas (las perdió en el episodio del pedo), se le había metido entre los muslos y estaba por allí, frotándose alegremente con dios sabe qué oscuros laberintos.
- ¡Me niego en rotundo! -bramaba el padre de Jacinta, Ulises Mauricio Ildefonso Robles-Caballero de las tres Almerías Cabrales Pollas (apellido que antiguamente significaba otra cosa) Fontaneda Calvete Antunez- ¡me niego a que mi hija se case con un plebeyo!
- Pero papi - dijo Jacinta - si no queremos casarnos, sólo echar unos canetes a la sombra de los brontosaurios...
- ¡Mucho peor, mucho peor, puta! - aullaba el padre, agarrándose ambas manos con los pies descalzos - ¿no has pensado en tu madre?
- ¿Mi madre? ¿No me dijiste siempre que mi madre murió en el parto y que luego se fugó con un marinero genovés?
- Sí, te mentí, el marinero era de Albacete, no quería hacerte daño, hija mía - se echó a llorar mientras movía los huevos en la sartén - ¿podrás perdonarme algún día?
- No lo sé, padre. Necesito tiempo. Ahora me iré con el fornido campesino cuyo nombre aún no sé, a echar unos canetes al bosque mugriento. Mis huevos, por favor, muy hechos y con poca sal, o si no luego me voy por las patas abajo.
- Sí, hija mía, pero al menos, usa algún método anticonceptivo, mete el chocho en agua fuerte media hora antes del coito o bien cómete dos kilos de almejas machas mientras fornicáis como cerdos, amor de mis entrañas turbulentas.
- No te preocupes, padre, al campesino le gusta darme por el ojal y a mí también, no hay problemas de embarazo, solo de almorranas.
- Eso me tranquiliza, putón verbenero, no tardes, las albóndigas hay que comerlas antes de las cinco o se evaporan.
To be continued…
a mi tb me da vergüenza, lo siento
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