viernes, 12 de agosto de 2011

Los Olvidados

- ¡La rata! ¡coge la rata, corre!
- ¡Cógela tú, no te jode! ¡siempre mandando!
- Déjate de idioteces. ¡Cógela, yo no puedo!
Una ligera lluvia, apenas perceptible, mojaba lentamente el callejón. Los dos hombres estaban en penumbra. Sólo había una parte un poco más iluminada por una bombilla amarillenta, situada en lo alto de la pared de ladrillo donde estaban apoyados. La poca luz llegaba al sitio justo donde estaba la rata, que les miraba desde la pared gris de enfrente, a unos cuatro metros de distancia.
- ¡Coge la rata antes de que se escape! - volvió a decir el hombre mayor - yo no puedo con esta maldita pierna.
El hombre joven se quitó la mugrienta chaqueta y la extendió en el aire, sujetándola entre las manos para improvisar una especie de red y echársela encima a la rata, que seguía atentamente las maniobras, sobre dos patas.
Se acercó sigilosamente, muy despacio, con la chaqueta por delante. Cuando estuvo muy cerca, más o menos a un metro de distancia y después de cerciorarse de que la rata aún estaba allí, lanzó la prenda sobre ella.
- ¡La tengo! ¡La tengo!
- No. - replicó el viejo - Se ha escapado.
- ¿Qué dices? ¡mira!
Abrió la chaqueta y allí no había nada, aparte de mugre, quemaduras de cigarrillos y desgarrones.
- ¡Maldita sea! - se lamentó el joven - Ya no la cogeremos.
- En eso llevas razón. Es lista, qué le vamos a hacer.
Los hombres se sentaron, apoyando la espalda contra la pared y estuvieron un buen  rato en silencio. Mientras, la leve lluvia seguía, aunque ellos no lo notaban. Ya estaban acostumbrados y allí se estaba mejor que en otros muchos sitios que conocían. Eso seguro. Allí no había gente, eso era lo principal. No había gente ni hacía frío, en realidad era el mejor sitio donde podrían pasar la noche o al menos una buena parte de ella.
- ¿No tienes hambre? - preguntó el joven al viejo, por decir algo. Ya sabía la respuesta, siempre era la misma.
- No mucha.
- Uf, yo sí... 
El viejo sacó un paquete del bolsillo, algo envuelto en papel marrón, grasiento y arrugado, y se lo dio al joven.
- Cómetelo. Ya encontraremos otra cosa.
- Gracias. La próxima vez que veamos una rata, tendré más cuidado. La próxima no se escapa. te lo juro. Me acercaré más. La cogeré, te lo juro.
- Está bien, come y calla.
- ¿Qué es esto? sabe a... rancio. Pero no voy a hacerle ascos ahora, con el hambre que tengo.
El viejo cerro los ojos y se quedó dormitando.
- ¿Cómo son? - dijo el joven, rompiendo el silencio.
Bebió un trago de la botella con vino picado que encontraron por la tarde, al lado de un contenedor de basura. Al menos, quitaba la sed.
- ¿Cómo son, viejo?. Las mujeres, digo. 
El viejo resopló y se acomodó la espalda, pero no dijo nada.
- Tú has conocido a muchas, viejo. Yo, a ninguna. 
- ¡Qué suerte has tenido! Venga, no me jodas, déjame dormir un poco.
- Son guapas.
- Sí... 
- Me gustan todas las que he visto, todas. Mayores, pequeñas... altas, bajas, gordas, flacas... 
- Bah... 
- ¿Qué?
- Nada. Anda, déjame dormir un poco...
- Yo no tengo sueño... y no puedo dejar de pensar en ellas... me gustaría pasar un rato, sólo un ratito con una chica guapa, como la que vi aquél día que fuimos al centro ¿te acuerdas? 
- Sí, sí me acuerdo. Te acercaste tanto que casi nos pillan, imbécil.
- No fue tanto, no exageres. No nos vio nadie.
- ¡Sólo faltaba eso! Estás loco, ni se te ocurra volver a hacerlo.
- ¡Claro! - protestó el joven - Tú ya has conocido a muchas mujeres y eres un viejo, viejo. Ya sabes lo que es el amor y yo no.
- Venga, chaval, no seas pesado y déjame dormir. Pero escúchame antes: Ni he conocido a tantas mujeres como piensas ni sé lo que es el amor. 
- ¿Ah, no? ¿y la foto que llevas en la cartera?
El viejo se incorporó casi por completo, aunque en el último momento perdió tensión y volvió a sentarse.
- ¿Has tocado mi cartera? No se te ocurra volver a hacerlo ¿entiendes?. Podría matarte por eso.
- Tranquilo, viejo. Nunca te robaría, sólo fue curiosidad. La de la foto es una tía muy guapa ¿era tu mujer?
- No.
- ¿Una de tus novias? ¿una amante? ¿una que te rompió el corazón?
El viejo empezó a reír quedamente, casi con timidez. La risa dio paso a una tos seca y pertinaz. Cuando pudo hacerlo, habló:
- Todas me rompieron el corazón, chaval. 
- Entonces ¿quien es la de la foto?
- No te importa.
En realidad, el viejo encontró la cartera, hacía tiempo ya,  en una papelera, mientras buscaba algo que llevarse a la boca.  Estaba vacía, a excepción de la foto y un billete de autobús. Conservó la foto porque sí, la chica le parecía guapa y tenía una sonrisa tranquilizadora y cálida.
La noche se marchaba lentamente, el sol la iba empujando hacia otra parte del mundo y los dos, el viejo y el joven, se pusieron en marcha para ir a ninguna parte en concreto. Es lo bueno de no tener obligaciones, puedes ir donde quieras, aunque no quieras ir a ninguna parte.
Al pasar por un barrio cualquiera, igual que todos los barrios de la ciudad, con la misma gente y las mismas cosas, unas niñas jugaban con la comba, a cierta distancia. Cantaban una canción de esas que nadie sabe quien las inventa, pero que ya era parte de su particular folclore:


Por ahí va el viejo, tonto del bolo
La pata chula, hablando solo.
El pobre necio vive entre basura
Pagó su precio, el precio es la locura.
Una, dos, tres y cuatro
El viejo vive en su teatro.
cinco, seis, siete y ocho
El viejo miente más que Pinocho.
uno, dos, tres y cuatro...

   Dejó de lloviznar sobre las diez de la mañana, el Sol mandaba sobre la Tierra.  Era domingo y las familias salían atropelladamente de sus casas para aprovechar el día, era un regalo que no podían dejar pasar sin más.




(Empecé a escribir este... esto hace un par de días, intentando hacer algo serio, pero como siempre, sin saber cómo iba a terminar la cosa. Ni cómo iba a terminar ni la parte del medio, francamente. Ha salido esto, qué le vamos a hacer.)
  

2 comentarios:

  1. Por lo menos la empezaste, que no es poco. Es bueno entrar en tu blog y encontrar, la mayoría de las veces, algo nuevo que leer. Reconozco que es un lugar de visita diaria obligada.

    No tiene por que terminar con un punto final, ya que toda historia no deja de ser un fragmento de una mayor.

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  2. No me veo capaz de escribir una historia larga, no tengo un argumento sólido ni capacidad; lo mío son tonterías cortas que a veces me parecen graciosas.

    Te agradezco enormemente que leas mis cosas y sobre todo que comentes, me hace sentir un poco útil de alguna forma.

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