lunes, 8 de agosto de 2011

Viaje al Paraíso

   San Pedro estaba en la hora del bocadillo, según me dijeron en recepción. Me sentó bastante mal, ya que tenía prisa.

   - ¿Prisa, de qué? - me preguntó el recepcionista, con cierta chulería.

   - Pues por ver el Paraíso, Los verdes campos Eliseos...

   - ¿Qué campos Eliseos, paleto? serán los campos del Edén ¿no? -  empezó a reírse - Charly, otro listillo, ¡nos los mandan en ristras!, ja ja

   - Oiga, por favor...

   - ¿Qué? anda, siéntate ahí, que ahora viene el jefe.

   - ¿ Tenéis revistas? 

   - Sí, y café, no te jode éste...

   - Oiga ¿qué pasa? me parece un trato repugnante, la verdad.

   - Si dejas de meter la pata, a lo mejor no sigo, gilipollas.

Decidí callarme. Acababa de llegar y no era cuestión de empezar con mal pie. Otra cosa era saber qué era lo que iba a empezar, pero supuse que ya me lo dirían. Observé a mi alrededor y aquello no era muy distinto de la recepción de un hotel cualquiera de los que yo había visitado en vida. Incluso la ropa de los recepcionistas no tenía nada de particular. 

   Escuché unos pasos al fondo del pasillo y miré en esa dirección (de haber mirado en otra, no habría visto nada). Vi venir a un hombre de unos cuarenta años terrestres, con perilla blanca, bien recortada, y un bote de cerveza en la mano, del que venía bebiendo. Poco antes de llegar donde estaba yo, lanzó el bote al aire y lo remató de tacón, colándolo limpiamente en una papelera clavada en la pared.

   - Bueno, bueno - dijo, después de soltar un sonoro eructo - ¿a quien tenemos aquí?.

   Yo miré alrededor, sin saber a quien se refería.

   - ¿Qué miras, tío?. Hablo de ti - me dijo - ¿cómo te llamas?

   -  Mamerto Moñas Calavera, para servirle a Dios y a usted.

   - Válgame el cielo, tus padres se quedarían a gusto... en fin, sígueme.

   Siempre que me moría tenía que seguir a un tipo, qué cosas.

   Llegamos a una mesa, situada en medio de la nada, con dos sillas. San Pedro se sentó en una y me pidió que tomase asiento en la otra. 

   - Bien, bien, bien, Mamerto ¿qué tal?

   - ¿Qué tal, qué?

  - Si empezamos con soplapolleces, cerramos el chiringuito, nos vamos todos a casa y asunto terminado, no te jode.

   - Pe... pero ¿qué me está diciendo?

   - Bueno, venga, vamos al lío. ¿Por qué crees que mereces estar aquí?

   - ¿Aquí, donde?

   Se me quedo mirando con incredulidad.

   - ¿No sabes que estas en el Paraíso, el Cielo, El Premio Gordo?

   - No sé, a mi me han traído aquí y...

   - Bueno, bueno, eso no importa. A ver, repito: ¿por qué crees que mereces estar aquí?

   -  Yo que sé... ¿hay que ser bueno y eso?

   - Claro, coño, es fundamental.

   - Pues... no he hecho nada malo a casi nadie, casi nunca...

   - Sí señor, un buen curriculum, bien explicado y conciso.

   - Pero ¿ustedes no tienen registros de mi vida, mi historial...?

   - Sí, no te jode, nos hemos dedicado en cuerpo y alma a observar la vida de Mamerto, no teníamos otra cosa que hacer. ¡Menudo presumido!.

   - Pe... pero...

   - Ni pero ni pera. Vamos a aligerar el tema, que no tenemos toda la eternidad para ello, aunque lo parezca. Veo que no lo tienes muy claro. A ver: ¿has robado alguna vez?.

   - ¿Cuenta robar del monedero de tu madre?.

   - No, eso es bueno, obligatorio.

   - ¿Y a Hacienda?.

   - No te tires el rollo, nunca le has robado a Hacienda.

   - ¿No decía que no sabían mi historial?.

   - A ver, paleto ¿por qué te crees que hay que mandar tres copias? una es para nosotros. Aunque hoy día, con Internet, ya no es necesario.

   - Entonces, exceptuando un par de coches de juguete cuando era niño y la recaudación del fin se semana a un ciego, no he robado nunca.

   - Perfecto. En ese tema, estás limpio. ¿Has matado?.

   - ¿Cuenta la familia?.

   - Sólo a partir del tercer grado de consanguinidad.

   - Entonces no.

   - Pero te has matado a ti mismo ¿no?.

   - Eh... sí, sí. Pero eso es lo de menos ¿no?.

   - ¡Los cojones! ¿cómo va a ser lo de menos?.

   - ¿Matar a tu padre no es peor?.

   - ¡Ni mucho menos, hombre! tu padre ha cumplido, ha tenido hijos de sobra, pero tú... Ni un miserable hijo, ni siquiera enano... ¿no te da vergüenza? y encima te matas... madre mía... ¿por qué te mataste?.

   - Por consejo de una buena amiga.

   - Se nota que era buena, sí.

   - Me convenció de que yo ya era un viejo inútil sin perspectivas de futuro y que lo mejor sería matarme.

   - No hay nada como tener amigos que te animen en los malos momentos.

   - Ella era muy sincera y decía las cosas como son. La quería mucho.

   - No tanto como ella a ti. Bueno, vas a tener suerte porque el suicidio donde interviene una mujer se perdona siempre.

   - Andá ¿y por qué?.

   - Te contestaré con otra pregunta ¿has visto alguna mujer por aquí?.

   - Es verdad. Ahora que lo dice, no he visto ninguna ¿por qué no hay mujeres?.

   - Aquí tenemos a Jack el Destripador, Adolf Hitler, Torrebruno... tenemos lo peor de la especie, pero todos tienen algo que les salva: un alma.

   - ¿Insinúa que las mujeres no tienen alma?.

   - ¿ Insinúo? Sólo me ha faltado anunciarlo por megafonía.

   - Pero ¿como pueden vivir aquí sin mujeres?.

   - Pues de puta madre, qué te voy a contar...

   - Y... ¿el sexo?.

   - ¿qué sexo? ¿te refieres a follar y tal? eso es un invento de las mujeres para tener dominados a los hombres, ¡hombre!.

   - ¿Y aquí se supone que pasaré toda la eternidad?

   - Año arriba año abajo, sí, efectivamente.

   - ¡Esto es el infierno!.

   - ¡Loco! ¿qué has dicho? ¡la palabra tabú! ¡te has caído con todo el equipo!.

   De repente, una nube de humo plateado nos envolvió y todo desapareció de mi vista un instante... cuando se disipó la nube, me vi rodeado de mujeres, todas preciosas, mirándome de forma lasciva. Me habían mandado al infierno, qué mala suerte tengo siempre.

2 comentarios:

  1. Joder, ni que fueras Dante. Pásate por el purgatorio. Tengo curiosidad por saber qué se cuece por allí.

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  2. ¿Y las entradas que había antes que esta?

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