domingo, 26 de junio de 2011

El Regreso

     
   Estaba harto de la vida, harto de sufrir, harto de la soledad. Se había tomado dos botes de aspirina infantil y un gazpacho caducado, lo que le pareció bastante peligroso y osado.   "¡Al diablo con todo!", pensó ya crecido,  y se bebió de tres valientes tragos lo que quedaba de lavavajillas.


     Mientras estaba vomitando, de rodillas, en la taza del water*, en un estado lamentable, tomó la determinación de hacer algo más drástico. La cabeza le dolía horriblemente. "¡Vaya mierda de aspirinas!" razonó.

   Seguía pensando en morir, no podía sufrir más. Ya eran ocho meses, dos semanas y tres días los que llevaba sin ella, su amor. Ocho meses, dos semanas y tres días de sufrimientos, remordimientos, y más palabras que no sabía decir porque era algo garrulo. 

    No podía más, debía morir ya.

    Intentó cortarse las venas con un calzador, ya que odiaba tener cuchillos en casa desde que un tío suyo, malabarista, había muerto haciendo una exhibición a la familia de un truco nuevo que debía realizarse desnudo y completamente borracho. Como era un ensayo, llevaba un tanga. Al menos había muerto dignamente.

    Lo del calzador no funcionó, por lo que se le ocurrió morir ahorcado. Sí, eso sería lo mejor.

    Ató como pudo una cuerda al techo y tiró de ella, comprobando que resistía bien. No quería que le pasara como a su cuñado, al que se le cayó el techo encima intentando hacer la misma maniobra. Luego hizo el nudo de ahorcado (cosa que aprendió en la mili, además de adquirir una habilidad sin precedentes pegando sellos), se puso el lazo al cuello, lo apretó, dio una patada a la silla y... no pasó nada. Comprendió al instante que él debía estar encima de la silla antes de la patada. 

    Eso sí era un problema. El techo estaba a 2,20 del suelo y él medía 1,90, por lo que le quedaban 30 centímetros para el lazo, el nudo y la silla. De acuerdo, no iba a colgarse de la coronilla, había que descontar también los centímetros de la cabeza, pero aún así no era suficiente espacio. Intentó ahorcarse encogiendo las piernas pero, invariablemente, bajaban hasta el suelo por si solas.

     Ya estaba desesperado "¿es que un hombre no puede morir cuando quiere?"  se decía a sí mismo. "Parece que no" se contestaba.

     Decidió hacer una pausa en su camino a la muerte porque le había entrado hambre de tanto trabajar.

     En la pobre nevera solo había algo con aspecto de comida. Se trataba de un pequeño bol (ya tenía yo ganas de usar esa palabra, bol...). Se trataba de un pequeño bol con unas aceitunas de aspecto peculiar, algo rojizas y alargadas. Para alguien entendido, aquello no parecían aceitunas ni de lejos, pero él sólo entendía de nudos corredizos y de pegar sellos.

  En realidad, se trataba de altramuces de Alburquerque, una variedad sumamente venenosa (un solo altramuz es suficiente para matar a dieciséis rinocerontes medianos. Es un dato científico, no preguntéis cómo lo comprueban). Esta variedad sólo crece una vez cada diecisiete años en el fondo del río Trijueque, cuya profundidad es de 14 kilómetros en las zonas menos profundas. Los encontró un día su novia, de casualidad, al caer a dicho río. Le gustaron y se hizo un collar. Luego se cansó y los metió en un bol, en la nevera. Así era ella, imprevisible.

    El empezó a comer, soñadoramente, las supuestas aceitunas. Le gustaba tanto su sabor que decidió en ese momento no suicidarse y dedicar su vida a la protección de esas delicias. Pobrecillo.

    Empezó a sentir calambres en el estómago, las articulaciones comenzaron a adquirir rigidez y los arcos de sus pies empezaron a aplanarse dolorosamente. Se movía con bastante dificultad, al mismo tiempo que sus ojos retozaban en sus cuencas libremente, cada uno independiente del otro, como si cada uno estuviera en la cabeza de un señor distinto.

    Cayó estrepitosamente al suelo, llevándose por delante un calzador, una silla, una cuerda y el teléfono inalámbrico, que quedó justo a su lado. Empezó a sonar. Contestó con dificultad. Eran de una operadora telefónica, para informarle de una oferta para ponerle Internet, televisión y teléfono. Les preguntó que cuanto costaba y le pareció caro. Les pidió la tarifa sin televisión, porque no la veía mucho y aceptó la oferta. Se despidió riéndose, les había engañado, qué imbéciles...


    Mientras continuaba muriéndose, volvió a sonar el teléfono. "¡Vaya, otra vez!" se dijo. "Hay semanas en las que no llama nadie y hoy, dos veces seguidas", se contestó.


         _ Diga...me

       _ Hola, cariño, soy yo. Te llamo para pedirte que me perdones, que me equivoqué, que eres el amor de mi vida que te adoro y que quiero volver, te necesito tanto...

           _ Hija de puta

     Y se murió.



*Este blog tiene un corrector ortográfico automático. Esta palabra no le gusta, me sugiere: aterí, gatera, watt o caterva. La que más encaja puede ser gatera, pero me da asco el concepto "vomitar en una gatera", tengo un gato. Vomitar en una caterva no encaja en el contexto, el hombre estaba sólo).

3 comentarios:

  1. ¿Aspirina infantil? ¿Te referís a la aspirineta, ésa rosadita y de un sabor riquíiiiiiiiiiiiiisimo? Me las comía a puñados de chica. Bueno, exagero, en el fondo siempre fui bastante obediente, supongo que más por miedo que por buena conciencia, ya que me decían que las aspirinetas eran peligrosas, que no eran un juego y todo eso.

    Por cierto, no sabía que el calzador tuviese filo. Gracias por la información, me servirá para cuando vaya a casa de alguien y vea un calzador, así sabré que es un asesino en potencia (si es que no se ha entrenado ya, claro).

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  2. Risas... Él se muere y ella que se joda por imbécil.

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  3. Vaya, espero que los altramuces estuvieran caducados, ya que con ese gilipollas estaba a punto de morirme de la risa (bueno, no tanto).

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