viernes, 9 de septiembre de 2011

Obsoletos




I


Pagó el viaje con una moneda de un euro y el conductor le dijo amablemente que había subido: ahora costaba un euro con diez. Se disculpó y depositó los diez céntimos en la bandeja. Recogió el ticket y buscó asiento, aunque el autobús le dejaría en apenas cinco minutos a las puertas de la estación del tren.

Tenía que bajar al centro de la ciudad a resolver unos asuntos de poca importancia. No le apetecía nada ir, últimamente todo le costaba más trabajo de lo habitual, pero acabar ahora con un par de cosas pendientes le evitaría luego muchos más problemas y dolores de cabeza. 

Intentó comprar el billete para el tren en la máquina automática de la estación, pero ésta le devolvía las monedas.  Lo intentó varias veces hasta que se rindió.  Buscó, con fastidio, un billete en su cartera, y lo metió en la ranura. La maquina lo devolvía. Era un billete viejo de cinco euros, probaría mejor con uno más nuevo. El de veinte euros, flamante, también era rechazado. "Malditas máquinas" pensó.  Tendría que ir a la taquilla, tampoco era para desesperarse.

Pagó al taquillero el importe exacto, dos euros con cuarenta, y ambos se agradecieron mutuamente el intercambio y se desearon un buen día.


No era una hora punta y el tren iba casi vacío, como a él le gustaba; las aglomeraciones eran un castigo que a veces había que soportar. Hoy podía elegir un buen sitio.
Ir sentado en el vagón, al lado de la ventana por donde entraba un agradable sol otoñal, era muy placentero y  hoy, se decía el viajero, el calor le llegaba a uno más abajo de la piel, una sensación extraña pero deliciosa. El sol no quemaba, calentaba por dentro y por fuera, por decirlo de alguna forma.

Llegó a su destino más pronto de lo que hubiera deseado, estaba tan a gusto que le supuso grandes esfuerzos salir de su estado somnoliento para enfrentarse con la realidad. Se hubiese quedado en aquél asiento un rato más, pero también sentía cierta rara felicidad ▬algo curioso porque no tenía motivos para ello▬ y se levantó.     


No había mucha gente por la calle, era una hora en la que cada uno estaba en sus asuntos cotidianos y sólo andaban por ahí los desocupados como él y algún niño haciendo novillos, como el que se le quedó mirando fijamente, con los ojos como platos y la boca entreabierta. El le sonrió, pero el niño pareció asustarse aún más y echó a correr. El hombre se rió de aquello, los niños son tan imprevisibles...
  
Pasó por un estanco y decidió entrar, no tenía ninguna prisa y podría comprar un cartón de su tabaco favorito.

La dependiente, una chica joven y guapa, se le quedo mirando, como extrañada. Él pidió el tabaco y ella tardó en reaccionar; siguió mirándole un par de segundos más y, por fin, le atendió. El hombre pensó que quizás hubiese ligado, no solían mirarle así. A lo mejor era su día de suerte.


▬Son cuarenta euros ▬dijo la dependienta. La voz sonó algo temblorosa, y no dejaba de mirarle con una mezcla de fascinación y miedo.


El le entregó un billete de cincuenta. Ella lo pasó por una máquina que emitió una luz roja y tres pitidos al hacerlo.  Repitió la operación y pasó lo mismo. La tercera vez, igual.


▬Lo siento, señor, éste billete es falso.


El le explicó que no podía ser, que el billete se lo dio un cajero automático ayer mismo, pero comprendió que la chica no podía quedarse con dinero falso a sabiendas, nadie es tan tonto. Le dio otro billete ya que por suerte llevaba dos. La chica lo pasó por la máquina y también resultó ser falso. El hombre se puso algo inquieto, aquello era muy extraño, mientras que la chica parecía más preocupada por mirarle de esa manera como alucinada, como si mirase a un extraterrestre, que del asunto de los billetes.


▬Puede que la máquina esté estropeada ▬sugirió el hombre▬ es mucha casualidad que el cajero me de dos billetes falsos ¿no le parece?


La dependiente asintió, pero parecía ida, sin moverse, mirando a través de él. El hombre continuó hablando:


▬¿Por qué no prueba con alguno de sus billetes?
Pasaron dos o tres segundos hasta que ella pareció entenderlo. Por fin, abrió el cajón, sacó un billete, lo pasó por la máquina validadora y ésta emitió una luz verde. El billete era bueno. Volvió a probar, en un momento de lucidez, con el billete del cliente, y la maquina insistía en que era falso.


El hombre, un poco avergonzado sin ser culpable de nada, cogió su billete de entre los dedos de la joven y, sin decir palabra, se marchó. La chica estuvo sus buenos treinta segundos como una estatua con los ojos redondos, la boca abierta y la mano extendida sujetando un billete que ya no estaba allí.


En la misma calle del estanco, un poco más adelante, había una sucursal de su banco, con cajeros automáticos, y allí se dirigió. Precisamente uno de los asuntos que tenía que resolver era en el banco ▬un pago de última hora▬ y aprovecharía para aclarar el cómico asunto de los billetes.


Estaba cada vez más cansado, pero cada vez más absurdamente feliz, no sabía por qué, tal vez había tomado alguna droga inadvertidamente. Era algo que nunca había sentido, aunque esperaba que durase para siempre. Por el camino se cruzó con varias personas y todas le miraban igual: con los ojos muy abiertos y un gesto de asombro en el rostro.


Llegó a la sucursal, metió una tarjeta de crédito en el cajero, tecleó el PIN y la pantalla le mostró el mensaje "TARJETA RETENIDA. CONSULTE CON SU BANCO". Soltó una carcajada por el absurdo de la situación y se sorprendió bastante de notarse tan feliz, dado el cariz que iban tomando las cosas. Aunque estaba seguro de lo que iba a pasar, probó con otra tarjeta. Pasó exactamente lo que se esperaba: tarjeta retenida, mensaje en la pantalla.


Entró al banco y se dirigió al mostrador para hablar con algún empleado de la oficina. Todas las miradas de la media docena de clientes, más la de los tres o cuatro empleados, convergían en él. Cuando pasó por delante de un espejo adosado a la pared y se miró instintivamente en él,  lo comprendió todo: era translúcido, podía ver a través de su cuerpo, era como la representación típica de un fantasma. Aquello le hizo una gracia inmensa, abrió los brazos, estalló en carcajadas y desapareció completamente. Dentro del banco se escuchó un sonido como el que hace una botella de cava al saltar el tapón, amplificado cien veces,  y se pudo ver un fogonazo frío de luz azul simultáneamente. Fuera del banco nadie sintió nada.

II


El controlador de la zona le dijo al supervisor general: "ha vuelto a pasar, amigo" y siguió mirando sus datos en el aire.


▬¿Cuantos van? ▬preguntó el supervisor general. 

▬En ese sistema estelar ▬respondió el controlador de la zona▬, dos esta semana. Ha bajado mucho el porcentaje, pero no hemos resuelto el problema totalmente.


▬¿Efectos importantes?


▬En una oficina bancaria había varias personas, hemos utilizado el olvido sónico. Como siempre, tendrán recuerdos confusos y poco concluyentes, simplemente pensarán que se han mareado.


▬Sí, es verdad. Y a los demás, nadie los va a creer. En ese planeta llevan siglos contando historias de fantasmas y una más pasará desapercibida. Intentemos arreglar el problema cuanto antes. No es grave, pero es irritante no poder controlar esa anomalía.


▬Sí, amigo. Estamos averiguando la causa de esa desaparición gradual, tenemos bastante centrado el problema, es cuestión de poco tiempo.


▬Bien, bien. Pero sobre todo tengo mucho interés en una cosa: ¿por qué se ríen?


                                                 FIN

2 comentarios:

  1. La chica del estanco da sensación de ser bastante tonta y de los bancos mejor ni hablar.

    Sí, soy Parba.

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  2. Pobre chica, no todos los días se ve a un tipo semi-transparente (en ese momento)

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