martes, 4 de octubre de 2011

La jubilación de Ramirez (Remasterizado)


Faltaban pocos días para la jubilación de Ramírez y en la oficina todo parecía igual que siempre. Yo creo que no hubiera estado de más un poco de comprensión, un hombre se iba a marchar para no volver allí jamás, era como si se muriese… pero a nadie parecía importarle eso. 
Ramírez tenía ya sesenta y cuatro años, casi sesenta y cinco. Sólo le quedaban unos cuantos días más de trabajo y se acabó para siempre. Pasaría de ser un compañero a un simple recuerdo, a algo que se mete de refilón en alguna conversación: “Por cierto, ¿qué fue de aquél que se jubiló, cómo se llamaba? ¿Gutiérrez?”
Yo era algo más joven que él (no mucho más, pero por su aspecto él parecía mi padre), y nos hicimos amigos al poco de conocernos. Un buen tipo, Ramírez. Siempre me ayudó en el trabajo, desde el primer día en el que entré al departamento. Ramírez ayudaba a todo el mundo; a él le gustaba enseñar lo que sabía. Llevaba en la empresa más de veinticinco años y ya era como si viviese allí. 
Según me contaba, cuando salíamos ocasionalmente a tomar unas copas con algunos compañeros del trabajo, estuvo en el ejército cuando era joven, pero le echaron de allí por dejar malherido a un coronel que cuestionó su hombría, y luego participó en algunas guerras como mercenario. Eso es al menos lo que él me contaba, yo no tenía por qué dudarlo.
Un mes antes de su marcha, propuse a los compañeros hacer una colecta para comprarle un regalo de despedida; la mayoría se negó a pagar los diez euros que sugerí, diciendo que era mucho dinero, que yo estaba loco, que con cinco sobraba, que ya le darían una buena liquidación… Al final, después de contar el dinero recaudado, resultó que faltaban veintitrés euros para un reloj de calidad regular pero muy vistoso, y Gutiérrez (de mantenimiento) se los pidió prestados con alguna excusa tonta al propio Ramírez.
–Me da pena irme –me dijo mi amigo unos días antes– os voy a echar mucho de menos, a todos.
–Bueno, hombre, ahora tendrás todo el tiempo del mundo, podrás hacer lo que quieras.
–Ésta es mi vida, no tengo otra cosa. No sé en que voy a pasar el tiempo, la verdad. Ya sabes que vivo solo, me voy a aburrir como una ostra.
–¿No tienes algún hobby?
–Sí, me gusta el break dance, pero no me veo yo bailando con la chepa...
Ambos reímos. Era un tipo simpático, Ramírez.
Llegó el día de la fiesta por su jubilación, que celebramos en un restaurante bastante elegante y caro –recomendado por uno de los jefes–, y asistió toda la oficina en pleno. Claro, Ramírez prometió invitar con el dinero de la liquidación y, en esos casos, no se le ocurre a ningún familiar de nadie caer enfermo ni morirse. Cuando se presenta en tu vida una buena comilona de gorra, la salud mejora bastante, en uno mismo y en la gente de tu entorno y nunca surgen viajes imprevistos de última hora.
En cierto momento de la fiesta, se levantó Morales, el jefe de personal, e hizo un brindis:
–Quiero brindar por Ramírez, uno de los mejores, si no el mejor, empleados del departamento.
Todos levantamos las copas y brindamos. Ramírez y yo estábamos sentados juntos.
–Es curioso –comenté– qué cosas…
–¿El qué? –me preguntó Ramírez.
–No, nada, una tontería.
–¿El qué, coño?
–Nada, que Morales me dijo hace dos días que estaba deseando perderte de vista... que estaba hasta los cojones de un inútil como tú.  Pero lo diría en broma, ya le conoces.
–Claro que le conozco, no ha hecho una broma en su puta vida.
–¡Brindo por Ramírez! –dijo Margarita, de contabilidad– ¡Un hombre de verdad!
Todos brindamos.
–Qué maja es Marga –me dijo Ramírez con una sonrisa– igual que Rosaura. Si yo te contara...
–Ah, no hace falta, ya nos lo contaron ellas, entre risas.
–¿Cómo dices?
-Comentaban entre ellas, a voces, delante de todos, el tamaño de tus atributos, lo típico. Una decía que si era un cacahuete, la otra que si un bígaro, ya sabes, cosas de mujeres.
–¡Por Ramírez! –levantó la copa González, de recursos humanos– ¡el mejor de los mejores!
Bebimos todos, más que nada por la originalidad del brindis.
–Tiene gracia –dejé caer.
–¿El qué, el qué tiene gracia? –inquirió Ramírez, algo encrespado.
–Nada, nada, olvídalo.
–Está bien, lo olvidaré, ya he tenido bastante.
–Mira, te veo muy interesado, te lo voy a decir, ya que insistes: el cabrón de González quería echarte hace un año, pero no le dejaron los de arriba, esos del fondo de la mesa.
–Sí, creo que por lo menos los jefazos me aprecian.
–Bueno, dijeron que era cuestión de dinero, que era más barato que te jubilases y "aguantar al viejo de mierda" (literalmente) unos cuantos meses más, que lo mismo te morías antes, con algo de suerte.
–Vaya.
–Pero ya sabes, son cosas que se dicen, sin más.
–¡Por el gran Ramírez, el gran compañero, el gran amigo –dijo, bastante borracho ya Martínez– el dios de la empresa!   
–¿Qué opinas de éste? –me preguntó Ramírez– ¿qué me dices? es un gran compañero.
–Hombre, es amigo de Bermúdez y…
–¿Y?
–Recuerda que Martínez, después de haberse liado con tu mujer, se la recomendó a Bermúdez y…
–Ella me dijo que se iba a casa de su madre para pensar en lo nuestro, no sabía nada de eso que me cuentas ahora...
–Ah, entonces olvídalo, son solo rumores y unas fotografías que circulan por Internet, nada importante.
Por fin, le trajeron el regalo de despedida a Ramírez, el reloj.
–Gracias, amigos y compañeros, gracias. Os echaré mucho de menos.
–Y nosotros a ti, Ramírez –dijo Menéndez– dures lo que dures en esta vida.
–¡Brindo por Ramírez! –dijo Pérez– ¡el moribundo más simpático del planeta!
Todos bebimos.
–Ramírez –le dije yo– te he traído un regalo especial, ya que somos amigos. Esto es de mi cuenta. Me da vergüenza que lo abras delante de mí, discúlpame.
Le di el paquete y me fui al baño. Me había costado encontrar el regalo, pero mereció la pena el esfuerzo. Yo quería una Lehky Kulomet ZB-26/30, pero me falló el polaco que me la vendía y tuve que gastarme más dinero. Suerte que el suizo era más serio y me envió el subfusil ametrallador CBJ-MS PDW con el alimentador redondo de tambor de 100 municiones, listo para funcionar.
Desde el baño comprobé que sí, que parecía verdad lo que me contaba de que estuvo en el ejército, se notaba que sabía usarlo, el muy cabrón.
Esperaría a que acabase el ruido de los disparos, los gritos y todo el jaleo para salir, no me gustan las aglomeraciones ni el barullo. Quizá tardase, le dejé bastante munición porque hay cosas en las que no conviene escatimar.
                                                        FIN

3 comentarios:

  1. Yo no te daría menos (ni más) de un notable raspado. Más que nada por escribir "FIN"...

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  2. Joder, no sé cómo es un notable, en mi colegio sólo sabían contar hasta cinco. Aunque sea raspao, me vale.

    Y que sepas, isnorante, que los escritores famosos ponen esas tres letras al final de sus cuentos, son gente rara.

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  3. Y de mayor quiero ser como Ramirez.

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